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Relación Hogar-Educadores: la única relación tóxica que es necesaria



Recuerdo a Daniela, una niña excepcional de segundo grado, la cual un día estaba llorando por unas discusiones muy fuertes que ella había escuchado entre su padre y su maestra Lucía por culpa de una reunión que se había tenido la tarde anterior. Daniela era una niña triste, avergonzada, confundida completamente y culpable sin saber porqué. La disputa entre el adulto y la docente no solo rompió la cohesión entre la familia y la escuela, sino que pudo hacer tambalear la estabilidad emocional y fluir en el rendimiento escolar de la niña.

Esta historia, triste pero a la vez casi que normal, da testimonio a la vez de una realidad: cuando no hay una buena relación entre familias y docentes, los principales perjudicados son los estudiantes.


Los encargados de los estudiantes deben de entender que los docentes no son los enemigos ni los adversarios a quienes hay que ir a combatir porque mi hijo o hija tuvo una mala calificación, sino que son los principales agentes y aliados con los que deben acercarse cuando se trata de la educación. Asimismo, los docentes deben recordar que los padres/madres son los principales educadores de los estudiantes. De hecho, cuando ambos van en la misma sintonía, lo que hay es un tejido sólido que acompaña el aprendizaje y el desarrollo del menor.


Los conflictos entre padres y docentes deben de impedirse a toda costa, pero si se dan, hay que evitar que se expresen frente a los niños. Descalificar al docente en frente del alumno solo genera inseguridades en los estudiantes. Es necesario dejar de lado los prejuicios, la desconfianza o las emociones mal manejadas y establecer una relación basada en el respeto mutuo, la escucha activa y el diálogo oportuno.


Una solución es implementar reuniones periódicas con los docentes y las familias. No basta con esperar a que surja un problema; la comunicación debe ser continua y anticipativa. Estas reuniones, ya sean presenciales o virtuales, deben ser formales, con testigos de ser necesarios, con minutas claras y siempre manteniendo un enfoque positivo y colaborativo.


Cuando nos presentamos ante guardianes conflictivos o ausentes, nuestro enfoque debe ser empático y no confrontativo. Debemos intentar comprender sus contextos, sin justificar la desatención, pero reconociendo que a menudo enfrentan problemas personales o laborales no resueltos que se pueden extrapolar a otros ámbitos. Establecer límites claros, mantener la calma y documentar las conversaciones son prácticas importantes. Además, podemos buscar la ayuda de orientadores o mediadores para facilitar una comunicación más efectiva con las familias.


Una relación fuerte entre el hogar y la escuela también facilita la detección temprana de problemas académicos o emocionales. Cuando hay confianza y comunicación fluida, los docentes pueden alertar a las familias sobre señales de alerta como cambios de conducta, dificultades de aprendizaje o ausencias frecuentes. Del mismo modo, los padres pueden informar al docente sobre situaciones familiares que podrían estar influyendo en el rendimiento del estudiante, lo que permite tomar decisiones más empáticas y efectivas. Sin ese canal abierto, muchos asuntos importantes pasan desapercibidos hasta que ya es muy tarde.


Además, la involucración activa de las familias en la vida del colegio —talleres, celebraciones, ferias o proyectos— hace crecer el sentido de pertenencia en la comunidad escolar; en el momento en el que las familias se sienten valiosas y tenidas en cuenta, la actitud hacia el centro educativo se convierte en positiva y eso es una condición que se manifiesta de manera positiva para el resto de alumnos, con respecto a su propia visión sobre el centro educativo; así es que un alumno que percibe a sus padres o madres trabajando con su maestra o maestro se siente respaldado y, además, motivado con esfuerzo y dispuesto a aprender.


Para terminar, no olvidemos que tanto profesoras y profesores como padres y madres estamos aprendiendo en la vida. La formación continua en habilidades comunicativas, resolución de conflictos y manejo emocional debería ser una prioridad tanto para el profesorado como para las madres y padres de familia. Promover espacios de formación conjunta puede ayudar a reducir malas comprensiones, a cambiar actitudes defensivas y ayudar a la creación de una cultura educativa que promueva el respeto, la empatía y el trabajo en equipo. Solo así, podremos intentar construir una escuela de carácter sano y humano.



Bibliografía:

• Epstein, J. L. (2011). School, Family, and Community Partnerships: Preparing Educators and Improving Schools (2nd ed.). Routledge.

• García Bacete, F. J., Marande Perrin, G., & Ferrás, C. (2014). Familia y escuela: Claves para la colaboración. Madrid: Narcea.

• Henderson, A. T., & Mapp, K. L. (2002). A New Wave of Evidence: The Impact of School, Family, and Community Connections on Student Achievement. Southwest Educational Development Laboratory.

• Martínez-Otero, V. (2008). La colaboración entre familia y escuela: clave para el éxito escolar. Revista de Educación, 346, 435–456.

• UNICEF. (2020). La participación de las familias en la educación. Serie de orientaciones para la escuela post-COVID-19. https://www.unicef.org

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